lunes, 8 de junio de 2009

El degollador, crónica de un crimen sin aclarar. Artículo de Jacinto Dieter

Lázaro Cárdenas, Michoacán.- Las páginas rojas de los diarios locales, con todo y que parecen iguales en todas las épocas, reflejan en realidad no solo la manera en que el periódico decide abordar el tema, sino especialmente el modelo de vida y la situación económica de los protagonistas y de la sociedad en la que se da el hecho. No es lo mismo el homicidio pasional que puede ocurrir en cualquier esfera social que el incidental u otros.

Cualquiera que eche un vistazo a los periódicos locales de antaño y de cualquier otra región se dará cuenta de los homicidios que aun teniendo el mismo móvil, el entorno socioeconómico otorga variantes de consideración, e incluso la capacidad de asombro frente a tales hechos es diferente, como lo vemos ahora, que ya nadie se desconcierta incluso cuando las víctimas pertenecen a cierta esfera social o política por la frecuencia con que están ocurriendo y el contexto en los que se dan.

Lázaro Cárdenas ha vivido etapas de auge y depresión, desarrollo e inversión y también de estancamiento y violencia y ello impacta a la sociedad en todos los órdenes, incluso hasta en la manera de entender los hechos de nota roja.

En el año de 1979, por ejemplo, culminaba un periodo de tres años de incertidumbre respecto al futuro de Lázaro Cárdenas, puesto que a pesar del anuncio de cuantiosas inversiones, entre la conclusión de la primera etapa de Sicartsa y el inicio de otras obras hubo un periodo en el que la gente no sabía si esperar la promesa o volver a su tierra.

Así, por ejemplo, se producen infinidad de rumores de diferentes modalidades, como apariciones de vírgenes, arribo de millonarias inversiones o catástrofes naturales que alguien predijo, o a los hechos habituales se les daban dimensiones exageradas, precisamente porque la sociedad no tenía certezas de nada.

El hecho que a continuación se narra es ejemplo de todo el análisis previo:
El 23 de enero de 1979 tres obreros comenzaron a beber mezcalito en la casa de Juvencio Romano Nájera, ubicada en la colonia Leandro Valle, de la tenencia de Guacamayas.

Como a la una de la mañana, uno de los obreros, José López Pérez, decidió retirarse a su casa y los otros dos acuerdan acompañarlo hasta la colonia Anibal Ponce.

Como en aquellos años había en el trayecto de ambas colonias varios terrenos baldíos, en alguno de ellos Romano Nájera o su compadre, Manuel Basaves Valdez, el otro de los contertulios, dio muerte a machetazos a López Pérez y le cortó la cabeza, misma que fue enterrada a la orilla del arroyo del Barco.

El día 24 de enero fue encontrado el cuerpo sin cabeza y de inmediato causó conmoción. En el lapso transcurrido desde el crimen hasta la aprehensión de Juvencio Romano, a quien en primera instancia le atribuyeron la autoría del crimen, la sociedad reprodujo infinidad de rumores.
La versión se extendió hasta los estados vecinos de Guerrero y Colima y ya a la distancia, se decía que un individuo le había prometido al diablo cortar 30 cabezas y con la de la de Guacamayas ya llevaba por lo menos la mitad. Había temor entonces, en recién integradas familias y en la incipiente y en formación sociedad de Lázaro Cárdenas, quienes a temprana hora volvían a sus casas para refugiarse de cualquier contingencia. No fuera a ocurrir que en cualquier oscura calle se toparan de frente con un individuo blandiendo un machete para cortar una cabeza.

En las indagaciones del crimen la policía judicial del estado dio varios “palos de ciego” e incluso detuvo a Romano Nájera y al padrastro de la esposa del difunto, pero los soltó debido a que no pudo reunir las pruebas suficientes de su culpabilidad.

En aquel entonces, la policía municipal tenía un departamento de investigaciones, mismo que, conocedora de la región e inconforme con la resolución del caso, después de seguir varias hipótesis y de desechar rumores, encontró algunas contradicciones en lo declarado por Romano Nájera, quien finalmente fue aprehendido el 20 de febrero en la puerta dos de Sicartsa cuando salía de su trabajo.

Sin embargo, el presunto criminal inculpó a su compadre, Manuel Basavez de ser el autor material del homicidio, mediante el siguiente relato:

“Serían como la una y media del 24 de enero de 1979 cuando íbamos a dejar a su casa a José López Pérez y yo me adelanté unos diez metros de los dos. De pronto se me empareja mi compadre y me dice: ‘se va a quedar este’ y entonces se regresa con José. Oí varios golpes de machete y los quejidos de José y entonces corrí hasta donde estaba mi compadre medio agachado sobre el cuerpo del herido, porque a pesar de los machetazos todavía lo vi moverse. ‘eso que hiciste está muy pesado Manuel’, le dije. ‘Si el diablo se me aparece al mismo diablo me llevó’, respondió”.

Entonces, el presunto homicida blandió amenazante el machete en contra de Romano Nájera, para obligarlo a detener la cabeza mientras Manuel se la cortaba con unos cuantos tajos. Después caminaron hacia la orilla del arroyo del Barco y ahí la enterraron como a 55 centímetros de profundidad.

La averiguación previa penal número 15/979 parece confirmar esta versión debido a las declaraciones de un medio hermano de Manuel Basavez, quien a la mañana siguiente arribó al domicilio del probable asesino y lo encontró haciendo preparativos para huir. De hecho, había notado muy nerviosa a su mujer, quien le preguntó antes de dejarlo pasar su iba solo.
Los dos presuntos involucrados, si vivieran, tendrían ahora más o menos 79 años para el caso de Juvencio Romano y Basavez Valdez 77. Según versiones, al que fue detenido lo liberaron con la más absoluta reserva varios años después. -o0o-